La costumbre de usar tres mucetas distintas se siguió hasta
que el beato Pablo VI decidió usar una sola muceta (la de verano) todo el año, hacia
el final de su pontificado. Con eso, se descontinuó el uso de la muceta
invernal y la pascual. Juan Pablo I y san Juan Pablo II siguieron esta forma
simplificada.
Benedicto XVI recuperó el uso de las distintas mucetas, pero
con una novedad: extendió el uso de la muceta blanca a todo el tiempo pascual y
no se limitó a usarla en la Infraoctava de Pascua.
Derivado de esta extensión, y como ya se sentía calor en el
tiempo pascual, mandó a elaborarse una muceta blanca de verano, confeccionada
con seda y no con terciopelo y que, además, no estaba ribeteada en armiño.
Por este motivo, el papa Benedicto XVI amplió de tres a
cuatro las mucetas pontificias: dos rojas (la de invierno y la de verano) y dos
blancas (la de invierno y la de verano)
Les dejo fotos de las cuatro mucetas del papa emérito.
El hábito coral del papa consiste en la muceta sobre el
roquete y, encima de ésta, la estola. Solían existir tres clases de mucetas.
Tradicionalmente los papas usaban una muceta roja durante
casi todo el año. Únicamente en la semana in albis, que va desde el Domingo de
Resurrección hasta el sábado de la Octava de Pascua, usaban una muceta blanca.
Existían dos clases de muceta roja. La primera era la de
invierno, que era de terciopelo y ribeteada en armiño. La usaban desde la Solemnidad
de Todos los Santos hasta el Segundo Domingo de Pascua. La segunda muceta era
la de verano, que era de seda roja y la usaban el resto del año.
Con la muceta roja, la estola siempre era roja. Con la
muceta blanca, la estola era blanca siempre.
Les dejo tres fotos de San Juan XIII en la que se le pueden
observar las tres mucetas.
El Santo Padre Francisco ordenó nuevos sacerdotes el domingo
pasado en la Basílica Vaticana. Durante la homilía le dijo a los candidatos: “Cuando
vosotros celebréis la misa, reconoced por tanto lo que hacéis. No hacerlo
deprisa. Imitad lo que celebráis, no es un rito artificial, un ritual
artificial.”
Terminada la Oración de consagración algunos presbíteros
colocan a cada ordenado la estola al estilo presbiteral (a los lados del pecho
y no cruzada diagonalmente) y le visten la casulla.
Seguidamente el papa unge con el santo crisma las palmas de
las manos de cada ordenado con el santo crisma que consagró el Jueves Santo. Es
un signo de que reciben un sacramento que imprime carácter, es decir, que nunca
se pierde. Ellos son ahora sacerdotes para siempre, “sacerdos in aeternum”. Ese
aceite es símbolo de Cristo, por ello se llama crisma. Han sido identificados
con Él, para actuar en su nombre –in persona Christi- al consagrar el pan y al
perdonar los pecados.
Mientras los unge les dice:
“Jesucristo, el Señor,
a quien el Padre ungió
con la fuerza del Espíritu Santo,
te auxilie para santificar al pueblo cristiano
y para ofrecer a Dios el sacrificio.”
Tras ello, algunos fieles llevan el pan y el vino al papa,
como se hace comúnmente durante el ofertorio. Con ellos, un diácono prepara el
cáliz vertiendo el agua y el vino, y se lo lleva junto con la patena al papa
que sigue en la sede.
Cuando tiene el cáliz con el vino y la patena el papa, los
nuevos sacerdotes se acercan al Santo Padre, quien les entrega el
pan y el vino, como señal de que les da la potestad de celebrar la Santa Misa,
mientras les dice:
Recibe la ofrenda del pueblo santo
para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas
e imita lo que conmemoras,
y conforma tu vida
con el misterio de la cruz del Señor.
Cierto es que también reciben el poder de perdonar los
pecados en nombre de Jesús. Pero no existe un rito especial para ello, porque
el ejercicio de este ministerio está condicionado a que reciban las licencias
por parte de su obispo.
Cuando todos han recibido el pan y el vino, se acercan
nuevamente al papa, quien los abraza diciéndoles “La paz este contigo”. Tras
ello, todos los presbíteros presentes los abrazan uno a uno, como un símbolo de
que son acogidos por los presbíteros dentro de su orden.
Una vez que el papa recibió las promesas de los elegidos,
éstos vuelven a ponerse frente al altar, y el Sumo Pontífice pide la súplica de
los santos por ellos. Entonces se inicia el canto de la letanía de los santos.
En ese momento todos los ordenandos se postran en tierra.
Para eso se suele poner un tapete. El entonces cardenal Ratzinger, en su libro
“El espíritu de la liturgia” comentaba que este gesto es muy significativo,
porque hace ver que las personas son polvo, tierra, que no valen nada. Pero que
por la gracia de Dios son elevados a un don y un misterio muy especial, como es
el sacerdocio.
Terminadas las letanías, los ordenandos se acercan uno a uno
frente al papa. Se arrodillan frente a él, que está de pie. El Santo Padre les
impone las manos sin decir nada. Tras ello, vuelven a su lugar frente al altar
y se arrodillan.
A este lugar se acercan todos los presbíteros presentes y
les imponen las manos también en silencio. No se acercan ni los diáconos ni los
obispos, como señal de que es una ordenación presbiteral.
Una vez que todos han impuesto las manos, el papa pronuncia
con las manos extendidas la plegaria de ordenación. Esta dice lo siguiente: