Es costumbre que antes de que el diácono, el presbítero o el
obispo se ponga la estola, le de un beso a la cruz que está en el centro,
mientras dice la oración:
“Redde mihi, Domine, stolam immortalitatis, quam perdidi in
praevaricatione primi parentis; et, quamvis indignus accedo ad tuum sacrum
mysterium, merear tamen gaudium sempiternum”
Lo que puede traducirse como: “Devuélveme, Señor, la túnica
de la inmortalidad, que perdí por el pecado de los primeros padres; y, aunque
me acerco a tus sagrados misterios indignamente, haz que merezca, no obstante,
el gozo eterno.”
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