Una vez que se ha proclamado el Anuncio de la Navidad o
Calenda, el Santo Padre entra en procesión a la Basílica de San Pedro mientras
suenan las trompetas de plata y el Tu es Petrus. Al llegar al altar, el coro de
la Capilla Sixtina entona el introito de la misa, que es tomado del Salmo 2:
Filius meus est tu ego hodie genui te (Tu eres mi hijo, yo te he engendrado
hoy).
La misa se desarrolla como de costumbre hasta el Gloria, durante
el cual, el Romano Pontífice desciende del altar y recibe una imagen del Niño
Jesús de un diácono, y lo coloca sobre la cuna que se ha preparado justo frente
al altar. Puesto ahí, lo inciensa.
Tras la proclamación del Evangelio, el diácono lleva el
Evangeliario al papa, quien lo besa y bendice al pueblo con él. Una vez hecho
esto, el diácono lleva el Evangeliario al lugar en donde se encuentra la imagen
del Niño Jesús, y lo coloca abierto en un facistol justo detrás de la cuna,
donde permanece el resto de la misa.
Durante el Credo, el papa y todos los clérigos se arrodillan
durante las palabras “y por obra del Espíritu Santo nació de Santa María Virgen
y se hizo hombre”.
La misa continúa como de costumbre. Tras la bendición final,
las trompetas del plata vuelven a sonar, y se entona el Adeste Fideles. El
Santo Padre deja la férula y toma en sus brazos la imagen del Niño de la cuna,
y acompañado por algunos niños que llevan flores, la lleva en procesión hasta
el nacimiento que se preparó dentro de la Basílica de San Pedro. Ahí se la
entrega a un diácono, quien la coloca en el pesebre. Tras ello, los niños ponen
las flores que llevaban como ofrenda a los pies del niño, y a continuación el
Papa inciensa el nacimiento. Hecho esto se retira a la sacristía.
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