Una antigua tradición de la Diócesis de Roma son las “estaciones
cuaresmales”. Cada uno de los días de cuaresma, se reunía la comunidad en una “iglesia
menor” de la Urbe. El papa pronunciaba una oración y desde ahí se partía en
procesión, cantando la letanía de los santos, hasta una “iglesia titular” o
basílica, donde se celebraba la Misa.
El fin de la práctica de estas estaciones cuaresmales es el
de resaltar la dimensión peregrinante del camino cuaresmal como itinerario
hacia la Pascua.
En los antiguos misales se recogía esta tradición, indicando
el día y la basílica en la que se celebraba la estación. Así todo el mundo se
unía a la Iglesia de Roma. Por ejemplo, se decía: “Miércoles de Ceniza: Feria
de primera clase. Estación en Santa Sabina”.
De acuerdo a esta tradición, el papa acude todos los años a
la Basílica de San Anselmo. Ahí pronuncia una breve oración y se inicia una
procesión hasta la Basílica de Santa Sabina, en donde se celebra la misa dentro
de la cual se lleva a cabo el rito de la ceniza, como en cualquier lugar del
mundo.
La costumbre es que el cardenal presbítero que tiene el
título de Santa Sabina sea quien le imponga la ceniza al papa. En este caso es
el cardenal Jozef Tomko.
Una excepción a esta costumbre de acudir a Santa Sabina el
miércoles de ceniza se dio el año pasado. Al ser esta celebración la última del
Papa Benedicto XVI muchas personas quisieron participar, y como no cabría tanta
gente Santa Sabina, se trasladó a la Basílica de San Pedro, y el cardenal
arcipreste de esta basílica (Angelo Comastri) fue quien le impuso al papa la
ceniza.
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