En los días sucesivos a la entrega del birrete se verificaba
la ceremonia cumbre: la imposición del capelo. Empezaba con el juramento que
los recién creados prestaban en la Capilla Paulina del Palacio Apostólico
delante del cardenal decano del Sacro Colegio.
Poco después el papa, revestido, era llevado en silla
gestatoria hasta el Aula de las Bendiciones, detrás del balcón
o loggia exterior de la fachada de San Pedro. Allí se sentaba sobre
un trono, detrás del cual lucía un tapiz representando la Justicia, y daba
comienzo al consistorio semipúblico.
Un abogado consistorial empezaba entonces a manifestar una
causa cualquiera. En mitad del discurso, el Maestro de las Ceremonias
Litúrgicas, interrumpiendo, exclamaba: “Recedant!” (¡Salgan!), momento en
el que algunos de los cardenales presentes iban en busca de los nuevos. Éstos,
tras besar el pie y la mano del Santo Padre y ser abrazados por él, eran
invitados por el Maestro de Ceremonias a arrodillarse delante del trono. Uno a
uno se acercaban, vestidos de escarlata y de armiño con la capa magna sostenida
por un caudatario, y recibían del papa el rojo capelo con estas palabras:
“En alabanza de Dios Todopoderoso y para ornato de la Santa
Sede Apostólica, recibe el rojo capelo, insignia propia de la dignidad
cardenalicia, por el cual se significa que debes mostrarte intrépido hasta la
muerte y la efusión de sangre, por la exaltación de la Santa Fe, por la paz y
tranquilidad del pueblo cristiano y por el feliz estado de la Santa Iglesia
Romana”.
Cuando el papa había impuesto todos los capelos, se
retiraba. Entonces, los cardenales se dirigían en procesión a la Capilla
Paulina, donde postrados sobre cojines y con la cabeza cubierta con la capa, cantaban
el Te Deum. Al terminar este canto, el cardenal decano recitaba las
oraciones “super creatos cardinales” y se daba inicio un consistorio
secreto en el Aula Consistorial.
Los nuevos cardenales iban arrodillándose ante el papa, quien
abría y cerraba sus bocas (como símbolo de la obligación de aconsejar al papa y
del secreto al que estaban obligados), les asignaba un título cardenalicio y
entregaba a cada uno un anillo de zafiro rojo. Terminada la ceremonia, los
cardenales iban a hacer una visita de cortesía al cardenal decano.
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