El Viernes Santo no se puede celebrar la misa, en señal del
luto que guarda la Iglesia por la muerte de Cristo. Pero se lleva a cabo la
Celebración de la Pasión del Señor, a una hora cercana a las 3 de la tarde, en
que murió el Señor.
El papa preside esta celebración a en la Basílica de San
Pedro. Se reviste como para la misa, pero con algunos cambios. No usa férula ni
cruz pectoral. Tampoco usa el anillo del pescador, como señal de que el Esposo
de la Iglesia, Jesucristo, ha muerto. Las luces de la Basílica permanecen apagadas,
como señal de que la Luz del Mundo se apagó. El altar no tiene ni frontal ni
velas ni mantel.
El Santo Padre hace su entrada en procesión. No hay ningún
canto. Se hace en completo silencio. La Procesión la componen los acólitos sin
cirios ni cruz ni incienso, los diáconos que llevan el Evalgeliario no en alto
sino en el pecho, los diáconos que asisten al papa, y el Pontífice al final
acompañado de los ceremonieros.
Al llegar frente al altar, el papa se postra totalmente en
tierra. Es un recuerdo de su ordenación. Es un símbolo de que como persona es
tierra, es polvo, es nada.
Se inicia con la Liturgia de la Palabra. Una profecía de
Isaías y una lectura de San Pablo. Después se canta la Pasión según San Juan.
Como el Domingo de Ramos, se omite el saludo. En vez de decir “Lectura del
Santo Evangelio” se dice “Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan”.
Ojalá que cuidemos este detalle.
La Pasión suele leerse a tres voces en todo el mundo. En el
caso de la liturgia papal se canta a cuatro voces: un diácono canta como si
fuera el narrador, otro, como si fuera Jesús, y otro más como si fuera los
demás personajes; además, el coro canta las partes que dicen muchas personas. A
mi me resulta impresionante escuchar cantar a todo el coro la parte de
“Crucifíquenlo, crucifíquenlo”. Le da mucha viveza.
Tras la Pasión, el predicador de la casa papal, el padre
Rainero Cantalamessa hace la homilía. Este día no predica el Santo Padre.
Una vez que terminó la homilía se hace la oración universal.
No es la oración de los fieles de cada misa. Es la oración universal. Se invita
a rezar por distintas intenciones (la Iglesia, los catecúmenos, los cristianos,
los judíos, etc.) tras lo cual todos se arrodillan y rezan en silencio. Tras
esta oración en silencio, el Santo Padre hace una oración especial por la intención
para la que se pidió rezar.
Acabada la oración universal comienza el rito de adoración
de la Santa Cruz. Por la parte posterior de la Basílica entra una imagen de
Cristo crucificado. La lleva un diácono entre dos acólitos que llevan velas. Al
inicio del pasillo central, a la mitad y hasta el frente levanta la imagen
mientras canta “Mirad el árbol de la cruz en donde estuvo clavado el Salvador
del Mundo”.
Cuando llega al frente, el papa se acerca a adorar la cruz
con un beso. Para esto se despoja de la casulla, de la mitra y del solideo. El
papa Benedicto XVI se quitaba también los zapatos, como lo indican las
rúbricas.
Una vez que el papa adoró la cruz, se pone frente al altar.
Ahí pasan todos los cardenales y obispos a adorarla. Para adorarla hacen una
genuflexión y después besan la cruz. Esto es algo que tenemos que hacer todos
los que adoremos la cruz. El Viernes Santo hay que arrodillarnos frente a la
cruz, como si fuera el Santísimo Sacramento. Sólo ese día se hace esto.
Cuidémoslo.
Mientras se adora la cruz se cantan los Improperios. Es un
canto impresionante. Se trata de Jesús hablándole al pueblo, diciéndonos a
nosotros: “Pueblo mío, ¿que te he hecho o en que te he contristado?
¡Respóndeme! Yo te saqué de Egipto y tu hiciste una cruz para tu Salvador.”
Junto con el “Santo Dios, Santo fuerte y Santo Inmortal” en griego y en latín.
Cuando termina la adoración a la cruz, un diácono lleva al
Santísimo Sacramento desde el Monumento en el que se reservó la tarde anterior.
Lo deposita sobre el altar en el que se puso un corporal. Cuando esta ahí, se
acerca el Santo Padre, quien lleva a cabo el rito de la comunión como en la
misa, pero sin partir la hostia y sin el canto del Cordero de Dios. Comulga y
se da la comunión a todos los fieles.
Acabada la comunión el papa dice una oración. Tras ello, y
sin dar la bendición (recordemos que hay una continuidad entre las celebraciones
del Triduo Pascual), sale en silencio, tal y como entró.
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