Tras la notificación, tenía lugar la imposición del birrete, que marcaba la entrada oficial en el Colegio Cardenalicio. La ceremonia durante la cual este acto tenía lugar, antes de las reformas del beato Pablo VI y san Juan Pablo II, era realmente imponente.
Esto se realizaba en un consistorio semipúblico. Ese día acudían los nuevos cardenales al Palacio Apostólico Vaticano. Cada uno era acompañado por un maestro de cámara, un gentilhombre de capa y espada y un ayuda de cámara. Todo el grupo, escoltado por la guardia Suiza, subía a los apartamentos papales y hacía antesala en la Capilla de la Condesa Matilde.
Anunciados por el antiguo Vicerregente de las Ceremonias, los cardenales iban entrando uno a uno en el Aula Consistorial, donde se hallaba el Santo Padre sentado sobre su trono. Después de hacer las tres genuflexiones prescritas, se arrodillaban delante del trono y besaban el pie del Papa. Éste imponía a cada uno la muceta y el birrete rojo, hecho lo cual, los cardenales se levantaban y, después de besarle la mano, retrocedían manteniéndose frente al trono. El primero de los creados dirigía entonces un discurso de agradecimiento al Pontífice, quien les impartía al final la bendición apostólica.
Un antiguo privilegio permitía que la imposición del birrete la hicieran ciertos jefes de estado católicos, tanto en el caso de prelados oriundos de los respectivos países como de los nuncios apostólicos en ellos acreditados que hubieran sido creados cardenales. Este fue el caso de Angelo Giuseppe Roncalli, después papa san Juan XXIII, quien recibió a birreta del presidente de la República Francesa, ya que era el nuncio apostólico en aquélla nación. Este post lo ilustra la foto de ese momento.
Mañana continuará.
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