Cuando terminan la “Letanía de los Santos”, el elegido
camina hasta la sede, y se arrodilla frente al papa. El Santo Padre, de pie y
con mitra, le impone las manos sin decir nada. Tras ello, el elegido hace lo
mismo con los dos obispos co-consagrantes. Recordemos que se requieren tres
obispos para consagrar a alguien en el episcopado. Si hay más obispos
presentes, todos le imponen las manos.
Tras lo anterior, el elegido se pone de rodillas en el lugar
en el que se postró, frente al altar. Los diáconos que lo asisten y que
entraron detrás de él en la procesión se acercan y colocan el Evengeliario
abierto sobre su cabeza. Es un símbolo de que la verdad del evangelio debe
iluminar los pensamientos del obispo.
Cuando ya tiene el Evangeliario sobre su cabeza, el Santo
Padre pronuncia la oración consagratoria, cuya parte principal dice: “Infunde
ahora sobre este tu elegido la fuerza que de ti procede: el Espíritu de
gobierno que diste a tu amado Hijo Jesucristo, y él, a su vez, comunicó a los
santos Apóstoles, quienes establecieron la Iglesia como santuario tuyo en cada
lugar para gloria y alabanza incesante de tu nombre.” Esta parte la dicen los
tres obispos consagrantes.
Terminada la oración consagratoria, el nuevo obispo se
dirige nuevamente a la sede. El Santo Padre le unge la cabeza con el Santo
Crisma. No unge las manos como en la ordenación presbiteral, sino la cabeza,
como señal de la consagración de todo el ser. Mientras hace esto le dice: “Dios,
quien te ha hecho partícipe del sumo sacerdocio de Cristo, derrame sobre ti el
bálsamo de la unción y, con su bendición haga fecundo tu ministerio”.
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